12 jun 2013

Encants nous, Encants vells



Estos días ha surgido una polémica que promete convertirse en un culebrón de verano. El pasado sábado un aguacero de proporciones considerables, aunque no excepcionales, ocasionó una inundación en el edificio de los nuevos Encants de Barcelona. La noticia saltó a los medios de comunicación, que rápidamente se hicieron eco de la desgracia, añadiendo a las informaciones opiniones y juicios absurdos, más allá de insuflar al hecho altas dosis de "mala leche".

Hace dos meses tuve la oportunidad de pasar frente a este edificio y me paré para contemplar la obra. Ciertamente, es descomunal en todos los aspectos. En mi opinión, los medios son excesivos, y más, si se trata de albergar a unos comerciantes cuyas paradas son de esencia itinerante, similares a otras que ofrecen sus productos en la calle, a cielo descubierto, como Candem en Londres. Creo, sinceramente, que ese es precisamente el encanto de este tipo de actividades, y se pierde al recluirlas en un entorno a modo de "centro comercial". Es cuestión de tiempo, pero sospecho que en un futuro acabaran ocupando los espacios las grandes marcas. Respecto al edificio, aunque no me seduce, diré que técnicamente me merece todo mi respeto y admiración. 

Pero esta no es la cuestión. Desde que sucedió la inundación todo el mundo se ha lanzado a buscar culpables, y como siempre sucede, el arquitecto autor del proyecto es el objetivo preferido de todos. Objetivo preferido y parece que único, como si en las obras no intervinieran otros agentes con responsabilidad, entre los que incluyo técnicos, constructor, y por supuesto promotor. Y digo promotor por que tratándose de una obra pública, con un coste de 55 millones de euros, me parece indignante que el consistorio, más preocupado por la fecha de inauguración, no haya puesto los medios de control suficientes para adelantarse a los acontecimientos. Sería bueno que el ayuntamiento, y algún que otro político despechado, dejaran al margen sus diferencias y se miraran el ombligo. Al margen de los supuestos errores, de diseño, ejecución o planificación, que afortunadamente tienen solución, me parece irresponsable tachar esta obra de "chapuza" por el esfuerzo técnico y económico que ha supuesto, lanzando sentencias precipitados y buscando culpables de antemano sin tener pruebas, máxime cuando el edificio no está acabado.


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